En algún momento se llegó a pensar que el área del lago General Carrera, con un reconocido microclima templado seco estival, mucho más benigno para los cultivos al compararse con el resto de Aysén, podría transformarse en el vergel de la Patagonia.
Sin embargo, pasaron los años y el déficit en el consumo de hortalizas frescas en la región austral sigue presente. Los últimos datos sobre su cultivo local son del VII Censo Nacional Agropecuario y Forestal de 2007, en que se identificaron 156 hectáreas de superficie destinadas a la actividad (más 133 hectáreas de huertos caseros), en contraste con las 96 mil del resto del país. Paradójico considerando que es una de las regiones más extensas de Chile y que “por las condiciones agroecológicas presenta alta potencialidad en el rubro hortícola, ya que se inserta en un ambiente con poca contaminación, sin gran presión por agentes fitopatógenos, lo que permite producir hortalizas sanas, de calidad y con mínima carga de pesticidas”, apunta un informe de 2016 de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA).
Actualmente la producción local suple un 20 % de la demanda regional, proviniendo el 80 % restante del norte, con la consiguiente pérdida en términos de frescura, condiciones orgánicas, costo económico y huella de carbono. Es más, la Encuesta de Salud y Calidad de Vida aplicada a la población regional consignaba que “el 36% asegura consumir frutas y verdura todos los días, muy inferior al 53% que arroja el promedio nacional”.
Con estos datos en mente, dos jóvenes profesionales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) decidieron impulsar en Aysén un innovador proyecto anclado en el conocimiento de la naturaleza y sus ciclos, la tradición agrícola y técnicas de producción regenerativas. Es la agricultura biointensiva.
CON LA NATURALEZA
Los agrónomos viñamarinos Francisco Vio (31) y Javier Soler (34) no se están lanzando al vacío. Ambos levantaron y consolidaron la huerta del Valle Chacabuco (a 30 kilómetros de Cochrane), terrenos recientemente donados al Estado de Chile para constituir el futuro Parque Nacional Patagonia, el corazón de la Red de Parques de la Patagonia.
“Fue un doble desafío, ya que además de adaptar el huerto al clima del Valle Chacabuco, tomamos la forma tradicional de cultivar hortalizas y la llevamos a otro nivel de productividad y eficiencia”, explica Francisco sobre sus cuatro años en la agreste zona. Fue en este periodo que Javier, su excompañero de universidad, se incorporó al proyecto y aportó, además del trabajo en terreno, el sistema de planificación y calendarización de los cultivos.
El clima en la zona de Valle Chacabuco es de tipo estepárico frío y representaba un desafío interesante. En el sector no hay meses sin heladas, el viento seco perjudica el crecimiento normal de las hortalizas, y al ser un ambiente montañoso la temporada es al menos dos meses más corta que en Puerto Guadal o Cochrane.
A pesar de esta realidad, las cifras de ese periodo son realmente positivas. “El primer año cosechamos 2.100 kilos en 700 metros cuadrados productivos, con más de 30 tipos de cultivo. Cuando nos fuimos de la huerta en 2017, y después determinada la tercera temporada, aumentamos ese número a 3.700 kilos”, recuerda Javier.
Y lo mejor sin pesticidas, químicos e inspirándose en la naturaleza.
Lechugas, acelgas, cilantro, rabanitos, kale, tomates cherry, pepinos, zapallitos italianos, hierbas aromáticas y culinarias, zanahorias, betarragas, ajos, cebolla roja, centeno, mix de hojas baby y un surtido de flores de uso culinario y de corte, fueron parte de la producción, experiencia que hoy buscan replicar en las cercanías de Puerto Guadal gracias al proyecto que la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y el Gobierno Regional de para ser ejecutado en dos años y con un aporte público de $74 millones, más la contraparte en trabajo e infraestructura ya instalada en el lugar.
“Creación de una huerta piloto demostrativa y educativa del método biointensivo de producción de hortalizas para pequeños y medianos agricultores de la Región de Aysén” es el nombre oficial del proyecto. “Huerto Cuatro Estaciones” el de fantasía, que ya están haciendo realidad.
EL DÍA A DÍA
En invierno de 2018, Javier y su compañera Camila Gratacós llegaron a vivir a Bahía Catalina, en el sector tradicionalmente conocido como La Península. A fines de agosto se incorporó Francisco, cuya novia, la arquitecto María Jesús May (30), arribará en diciembre.
Estas semanas han sido de preparación del suelo, de la infraestructura y del suministro de agua; también para comprar guano a pobladores, fardos de pasto, generar compost, compartir el proyecto a los socios de la Asociación Gremial Campesina de Puerto Guadal (asociada a la iniciativa como beneficiaria), participar en actividades comunitarias locales y recibir a todos quienes quieran ver cómo un sueño se convierte en realidad. Han implementado un sistema acotado de aprendices, que durante un periodo específico trabajan en las tareas del huerto, contando con alojamiento y alimentación. En la temporada 2018-2019 se contemplaron becas para ayseninos y chilenos.
Serán más de dos mil metros cuadrados cultivables en un paño de media hectárea de producción biointensiva, aprovechando técnicas que hacen más eficiente y menos engorroso el trabajo diario de desmalezamiento e incorporando saberes tradicionales locales, muchos de ellos guiados por el sentido común y la observación delos procesos y ciclos de la naturaleza.
El método biointensivo ve el suelo como un organismo vivo, que naturalmente fértil entrega todo lo que la planta necesita en términos nutricionales y de salud. Aplicando compost regularmente, rotando cultivos, manteniendo una alta diversidad en el huerto y cultivando abonos verdes, el suelo se va fertilizando sin necesidad de químicos. “Sobre esta base buscamos ser más eficientes en todas las labores que involucren cultivar alimento, desde la preparación del suelo, los deshierbes y la cosecha, usando herramientas diseñadas específicamente para esta forma de cultivar. Esto nos permite ser mucho más productivos en kilos por metro cuadrado y así podemos competir con los precios de las hortalizas que vienen del norte, cultivando productos de alta calidad, sin el uso de venenos ni fertilizantes sintéticos. Es alimento real, natural y necesario”, sostiene Francisco.
El proyecto está destinado a modelo de producción en sí mismo, que permita además suplir de hortalizas locales frescas la demanda endógena y la de los visitantes de Aysén principalmente en la temporada alta de turismo.
Pero eso no es todo. La iniciativa también está anclada a la idea de aportar a la responsabilidad ecosistémica (basta medir la huella de carbono de una lechuga que llega de La Serena), la soberanía alimentaria, el desarrollo económico local y la acción comunitaria como puntal del emprendimiento privado. Y en días de cambio climático, una forma de modificar la tendencia: mientras mayor es la capacidad orgánica de los suelos, mayor su aptitud para retener carbono de la atmósfera.
Para ello, han considerado talleres y jornadas que les permitan compartir sus aprendizajes y conocimientos con los campesinos de la zona sur de la cuenca y ver mecanismos para, mediante una figura cooperativa, aportar a la comercialización de las hortalizas de otros productores locales. Todo esto, en el intento de aportar vía agrícola a revertir la constante emigración campo-ciudad, colaborando con herramientas para el fortalecimiento de la ruralidad.
Algo está cambiando. Gracias al apoyo del FIA del Ministerio de Agricultura, iniciativas innovadoras intentan dar un giro necesario al mundo rural. Uno que, a porte a nuevas prácticas de producción agrícola, donde más que usar la tierra sólo como una despensa se puedan incorporar prácticas de producción que a la vez generen el suelo, y a través suyo el ecosistema. Ecosistema que, en el fondo, es la partitura donde la armoniosa sinfonía que es la existencia, la nuestra y de las otras especies.
FUENTE:
Patricio Segura Ortiz
El Mercurio de Valparaíso