Fuente: Diario La Tercera (Revisa la nota original)
La noche del miércoles 11 fue la más larga de una semana increíblemente larga para Beatriz Morales. Por televisión decían que en Punta Arenas se habían encontrado los primeros restos del "Hércules" C-130 que desapareció el lunes 9 en el Mar de Drake, camino a la Antártica. Claudia Manzo Morales, su media hermana, de 37 años, formaba parte de la tripulación.
Después de escuchar las noticias y hablar con su familia, la mujer se fue a dormir muy alterada. Estaba desesperada por la falta de novedades.
Cuando finalmente pudo dormir, soñó con ella.
Nadaba en el océano patagónico. Parecía tranquila y contenta de estar en ese ambiente.
"La vi con su carita y su pelo. Me decía que cuidara a la mamá y que a su hijo le dijera que lo amaba mucho y que estaba feliz de lo que había logrado. Me miraba y decía que no sufriera. Yo le respondí que la amaba, que volviera a su casa, pero aseguraba que ese era su destino, que había disfrutado mucho la vida. Lo único que me pedía era que cuidáramos a su hijo".
Esa noche, Beatriz despertó llorando en la cama.
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A Margarita de las Mercedes Morales la marcó la fatalidad tempranamente. Quedó huérfana de apenas tres años, cuando su madre, Carmen Lobos, murió tras ser atropellada por un tren, en 1958. Nunca se fue de El Monte. Allá creció, trabajó cosechando porotos y tuvo ocho hijos con tres hombres distintos. Hoy, Margarita sigue viviendo dentro del mismo sector del pueblo en que creció, junto a sus hijos menores. Es una casa de madera, de un piso, antejardín amplio y con un árbol en la entrada. Quienes conocen a la familia los describen como un grupo unido, de reuniones frecuentes y muy preocupados entre sí.
Claudia Manzo nació de la relación de Margarita con Mario Manzo, su segunda pareja, un comerciante de áridos que en 2015 murió por un infarto al corazón. Estudió en el Liceo Comercial de Talagante, de donde egresó en 2000. Luego entró a Geografía en la Universidad Católica de Valparaíso. De esta ciencia le atraía su estrecho vínculo con la tierra, el mundo que le era familiar desde niña.
"Tuvo una infancia dentro de una zona agrícola. De ahí nació su amor por la naturaleza", dice Eugenia Gaete, una de sus amigas. "Vivían en una zona muy campestre y su mamá se dedicó a ser temporera. Claudia la apoyaba cuidando a sus hermanos cuando quedaban solos en la casa".
Para costearse la carrera, Claudia trabajó como cajera de peajes y haciendo encuestas municipales.
Jorge Negrete, uno de sus profesores más cercanos en esa época, escribió sobre ella en un comunicado publicado esta semana por la casa de estudios. "En estos momentos de dolor, angustia y esperanza, tengo presente tu imagen de alumna alegre, inquieta, empeñosa y campechana", dijo.
Ya en la universidad fue perfilando sus intereses hacia el estudio del cambio climático y su impacto medioambiental. En 2006 entró a hacer la práctica al Servicio Aerofotogramétrico de la Fuerza Aérea (SAF).
"Viniendo de una familia humilde se las ingenió para sacar una carrera universitaria y siempre seguir perfeccionándose, le encantaba aprender temas de su especialidad y enseñar. Hizo clases en la Universidad Católica de Valparaíso por varios años", cuenta su amiga Giannina Reyes.
Macarena Salosny conoció a Claudia durante esa práctica. Se hicieron amigas y aquella cercanía se extendió en el tiempo. Sentía mucha admiración por su historia, por cómo se había abierto camino en su especialidad. Una vez, recuerda, le propuso participar en las actividades de Inspiring Girls, ONG de la cual es presidenta y que tiene como objetivo aumentar la autoestima y la ambición profesional de niñas en edad escolar.
"La invité a dar algunas charlas y me decía que era de otro perfil, que no podía inspirar mucho a las niñas. Tiene una historia personal de superación tremenda", dice Salosny.
Después de titularse, en 2008, Claudia se mantuvo trabajando en la Fuerza Aérea, a cargo del repositorio de imágenes del SAF.
Quienes compartieron con ella la caracterizan como una persona risueña, alegre y líder en todos los grupos que integraba. Encabezaba proyectos de investigación y postulaciones para conseguir fondos.
En 2015 entró a estudiar al Magíster en Teledetección de la Universidad Mayor, gracias a una beca que se otorgaba todos los años a trabajadores de la Fach. Era la tercera generación de una especialidad relativamente nueva en Chile, que tiene como objetivo capacitar a personas en monitoreo de imágenes digitales para estudio medioambiental.
Ahí se destacó como una de las mejores alumnas. Todos los días viajaba desde El Monte hasta Providencia, donde quedaba la facultad. Al mismo tiempo, obtuvo un diplomado en manejo de imágenes satelitales.
"Creo que todas las personas que han trabajado con ella pueden asegurar lo alegre que es, que siempre consigue sacarle una sonrisa a cualquiera, incluso a la persona más seria de un grupo de trabajo", recuerda Reyes.
Claudia realizó su proyecto de título sobre el Bosque Las Petras de Quintero, donde la Fach posee una de sus bases más importantes de la zona central. En ese lugar estudió la manera en que el cambio climático afectaba al ecosistema. "El bosque estaba deteriorado y ella era el vínculo con la institución", recuerda Eugenia Gaete, amiga y encargada de la unidad patrimonial de la Municipalidad de Quintero. "Nos abrió las puertas para hacer un plan de manejo. Era bien tozuda, no se rendía cuando le decían que no".
Acerca de ese trabajo, Waldo Pérez, director del magíster y de Hémera (Centro de Observación de la Tierra de la Universidad Mayor), comenta que "estábamos en proceso de mejorar ciertos aspectos importantes de la investigación para poder mandarla a una revista científica, lo cual quedó trunco. Tendremos que ver si como universidad podemos publicar los resultados de manera póstuma".
Para entonces, Claudia ya había visitado la Antártica, donde los efectos del calentamiento global eran aun más patentes. Su primer viaje fue en 2014. Cuando estaba allí, estudiaba el terreno y tomaba fotografías digitales. A sus cercanos les comentaba lo impresionante del paisaje y del clima. Para la frustrada misión de esta semana debía trabajar junto al practicante de la Universidad de Magallanes Ignacio Parada Gálvez (24 años), el tripulante más joven del avión siniestrado.
"Ella se interesó mucho en el tema de la Antártica. Incluso, antes de que terminara el magíster, nos invitó a participar en varias mesas de trabajo para poder utilizar la teledetección en el tema de cambio climático en la Antártica. Ahora estábamos trabajando juntos, buscando fondos concursables para conseguir los recursos y hacer investigaciones a largo plazo", señala Pérez.
"Yo la quiero visibilizar, espero que no se pierda su legado. Es muy power lo qué pasó, se podría decir, incluso, que es la primera mujer mártir en la investigación antártica o del cambio climático. Porque el objetivo del viaje era avanzar en su investigación", dice Macarena Salosny.
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"Jamás me imaginé que una tranquila tarde de domingo con lluvia y en familia me hiciera sentir tan feliz. Qué tranquilidad, puedo afirmar que en este momento no necesito nada más", escribió Claudia en un posteo de Facebook, en agosto de 2017.
Alrededor de un año antes, el 14 de abril de 2016, Claudia había firmado un Acuerdo de Unión Civil con Marcos Lagos, un técnico en sistemas de aeronaves al que había conocido en la Fach, tres años antes. La ceremonia se realizó en El Monte.
Juntos tuvieron un hijo que ahora tiene cinco años. Esta semana ha quedado al cuidado de su padre y abuela. Aún no le cuentan lo sucedido con su madre. Piensa que está en un viaje más largo de lo usual.
La casa familiar en El Monte se ha transformado en el centro de reuniones en los días posteriores a la tragedia. Allá van vecinos y amigos preguntando por cualquier novedad sobre el destino del "Hércules" C-130. Cinco hermanos pasan el día allá, acompañando a la madre, quien hace pocos años tuvo que ser operada del corazón.
"Trato de ser fuerte, pero no puedo. A veces me decaigo. Nuestra mamá nos tiene que ver fuertes, juntos, como siempre nos enseñó", reconoce su hermana Beatriz. "(Claudia) nos decía que lo único que podíamos hacer era estudiar y hacer que nuestra mamá se sintiera orgullosa de nosotros (...). Ahora voy a graduarme de mis estudios de peluquería y ella no va a estar. Justo ahora. También quería contarle que iba a retomar mis cursos de cuarto medio".
A Punta Arenas viajaron dos de los hermanos. Uno fue en el vuelo que la Fach facilitó a los familiares del accidente, mientras que el otro se trasladó por sus propios medios. Siguen atentos a cualquier hallazgo. En el grupo hay reparos sobre el trabajo de la institución. Dicen que se enteraron del accidente por televisión y nadie los llamó para entregarles información en primera instancia.
La mañana del jueves 12, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Arturo Merino Núñez, descartó la posibilidad de que hubiera sobrevivientes tras el accidente. Aseguró que habían encontrado restos humanos en las cercanías del Mar de Drake. Esa misma tarde, Margarita -la madre de Claudia- viajó a Santiago para tomarse muestras de ADN.
"Quiero decirles a todas las mamás que no bajen sus brazos. Que recuerden a sus hijos como eran. De todo corazón, quiero desearle lo mejor a cada madre de estos niños que se perdieron con mi hermana. Decirles que las quiero mucho", concluye Beatriz, antes de refugiarse una vez más en la casa familiar en El Monte.
La memoria de Claudia Manzo no quedaría circunscrita solo a su pueblo natal. Su amiga Eugenia Gaete, de Quintero, dice que lucharán por bautizar alguno de los senderos interiores del Santuario Bosque Las Petras con su nombre: "Continuaremos su legado. No dejaremos su trabajo inconcluso".