En recuerdo, compartimos unas palabras dedicadas a él por su compañero y amigo Juan Torrejón.
Nació el año 1946, en Logroño provincia de La Rioja, en el norte de España.
El año 1953 llegó a Chile a la edad de 7 años, junto a su familia que la componían sus padres, un hermano y tres hermanas. Su arribo fue por barco como lo hacían la mayoría de los inmigrantes europeos, y a Valparaíso donde se afincaron. Su padre se dedicó al comercio instalando una botillería al final de la calle Las Heras, casi a los pies de los cerros Bellavista y Monjas.
Su enseñanza básica (las preparatorias de entonces) la hizo en el colegio David Trumbull, y la enseñanza media (las humanidades) en el Liceo Eduardo de la Barra. Ingresó a Ingeniería Química el año 1964 de donde egresó el año 1969. Fue uno de los pocos del curso que pasó el temido período de eliminatoria, el primer semestre del año, sin tener que repetirlo al año siguiente después de un segundo semestre de reforzamiento en matemáticas. El segundo semestre, el curso de 36 alumnos se redujo a 9, de los cuales 4 veníamos del colegio. Más tarde se sumarían otros compañeros que en tercer año no habían alcanzado el puntaje para pasar al segundo ciclo de la carrera, y debían repetir algún ramo.
Al poco tiempo de ingresar hicimos amistad, y decidimos estudiar juntos, sumándose luego otros compañeros. Con el pasar de los años los grupos iban variando pero en temas específicos siempre coincidíamos. Así fue hasta nuestro egreso el año 1969.
A raíz de esta amistad y afinidad para estudiar, compartimos con nuestras familias y con las de quienes integraban el grupo y eran de la región. Por cierto, nuestras familias acogían también a la hora de estudiar (y comer) a compañeros que provenían de Santiago o de otras zonas, incluso de Punta Arenas, como Luis Boric Scarpa.
Como estudiante fue de los mejores. Dedicado, perseverante, inteligente, tenaz. Además de buen amigo y compañero. Dispuesto a ayudar a salir adelante a quien lo necesitara. Cualidades que mantuvo durante su vida profesional y laboral. Destacó como deportista, bueno para el futbol, que practicó en el club Roberto Parra, de su barrio y cerros colindantes, Bellavista y Monjas. En su paso por la universidad participó y colaboró muy entusiastamente en actividades deportivas y recreativas, tanto de la escuela (por ejemplo en los inolvidables encuentros de profesores y estudiantes, conocidos entonces como los “moonlight trank”) como de toda la universidad. Nadie de esos años dejó de verlo trabajar y animar la participación en las semanas mechonas. Creativo y entusiasta, diseñó y construyó carros alegóricos para las alianzas en que la escuela participaba para la elección de la reina de la semana. Gran organizador hacía trabajar a todo aquél que se asomara a ver lo que se pasaba. De este modo consiguió varios triunfos con el mejor carro y la elección de reina de la candidata de la alianza. Siguió colaborando con ello aún después de egresado.
Al egresar, después de una breve permanencia en la escuela, tuvo un retorno y estadía de algunos meses en su terruño natal al que siempre añoró, y al que volvió varias veces, a pesar de sentirse muy chileno y agradecido por la acogida a él y su familia, y por las oportunidades que se le presentaron que supo aprovechar.
Después de eso, y de regreso en Chile, aceptó la invitación para trabajar con él, de Osvaldo Droppelmann, ingeniero químico, profesor de la escuela, ex decano, y en ese momento gerente de operaciones de Tres Montes, luego Córpora Tres Montes. Sucedió a Osvaldo en la gerencia de operaciones de Tres Montes, cuando éste fue designado gerente general. Hizo en esa empresa toda su carrera profesional, destacándose desde el inicio, por sus cualidades de liderazgo, su inteligencia, su audacia y también prudencia, su espíritu innovador.
Estando ya en Tres Montes, conoció a quien fue su esposa, Marcela Arancibia, de quien se enamoró, se casó y armaron una linda familia con tres hijas: María José, Maribel y Montserrat.
Quienes trabajaron con él en Tres Montes, lo recuerdan como un hombre honesto, recto, grande y gruñón, pero muy sensible y querido. Inteligente, perseverante, que alentaba el crecimiento de sus colaboradores. A veces arrollador en la defensa de sus ideas. Pero siempre buena persona y querendón. Sus abrazos, recuerdan, eran protectores y cariñosos. Difíciles de olvidar, dicen, particularmente sus “Eulalias”, profesionales mujeres a quienes llamaba así, a todas, porque casi siempre olvidaba sus nombres.
También es recordado como un luchador, pertinaz, protector de su familia y de sus trabajadores, buscando condiciones de equilibrio entre ellos y su empresa.
Dirigió el área de producción de Tres Montes durante 40 años haciéndola crecer desde una planta de producción de café, a otros productos alimenticios, algunos desarrollados por él mismo. Este crecimiento se tradujo en nuevos procesos y plantas de producción.
Su espíritu inquieto y emprendedor lo hizo aventurar con una fábrica de pinturas, en sociedad con su hermano y otros, la que instaló en Concepción. Después de varios años de buenos resultados aceptó una ventajosa oferta de compra, lo que dio espacio para ahora arriesgar en la producción de paltas en un predio que adquirió en San Pedro. La mantuvo por muchos años, con esfuerzo y trabajo, sin que le diera todas las satisfacciones que esperaba.
Se mantuvo vinculado a la colonia española y participó con el entusiasmo y compromiso que ponía en las cosas que hacía, en algunas de sus organizaciones, como integrante del Directorio de la Inmobiliaria Unión Española Valparaíso, y como socio e integrante del Directorio del Club Estadio Español de Viña del Mar.
De Perico yo sólo puedo agregar que fue un buen compañero, mejor amigo y un gran ser humano.
Descansa en paz.
Juan Torrejón Crovetto.
Ingeniero Químico PUCV
Generación 64-69