Director del Instituto de Filosofía Profesor Hardy Neumann participa en XI Congreso Internacional Leibniz.
El Congreso se realizó en la ciudad de Hannover, Alemania
El profesor Hardy Neumann, académico y director del Instituto de Filosofía PUCV viajó a para asistir al XI Congreso Internacional Leibniz en la ciudad de Hannover, Alemania. Aquí nos cuenta su experiencia.
¿En qué contexto se realiza su viaje a Alemania? ¿Qué nos podría compartir de esa experiencia?
Mi viaje se realiza en el contexto de una presentación en el XI Congreso Internacional Leibniz en la ciudad de Hannover, en Alemania, ciudad que honra al filósofo, pues se vinculó con ella como diplomático, historiador y bibliotecario. En el Congreso pude exponer en torno a la relación entre Leibniz y Kant, en un punto filosófico específico, a saber, la idea de la estructura fundamental del universo que Leibniz llama mónada y su relación con la famosa y nunca bien comprendida idea de noúmeno de Kant.
Permítame decir que Leibniz fue un hombre de múltiples talentos: filósofo, teólogo, jurista, consejero áulico, físico, matemático, lingüista, ingeniero en minas antes de existir esa profesión, un inventor entusiasta de artefactos: desarrolla la primera máquina de calcular (antecedente de nuestros actuales ordenadores y podría decirse de la, a mi juicio, mal llamada inteligencia artificial). Leibniz plantea una idea que hoy parece que acabamos de descubrir, esto es, que todas las cosas en la naturaleza se encuentran en una cierta relación y que, en consecuencia, la acción humana, que hoy decimos corresponde a la del Antropoceno, impacta en esa convivencia con la naturaleza. Leibniz lo decía, con una fórmula de Hipócrates: sympnoia pánta, “todo conspira”. En esa perspectiva, se ve también cómo Leibniz —para sólo hablar de su filosofía— no desprecia nada de la mejor tradición filosófica: desde Aristóteles, pasando por Tomás de Aquino y Suárez, hasta Descartes, y en diálogo crítico con sus contemporáneos. Su fuerza creativa fue tan extensa que la Academia de Ciencias de Berlín y Göttingen calcula que sus obras estarán completamente publicadas el año 2054. Quizás tome más tiempo. Hoy se sabe que la masa epistolar llega a alrededor de 20.000 cartas con aproximadamente 1300 correspondentes, incluyendo los padres jesuitas misioneros en China. Se considera la correspondencia erudita más extensa del siglo XVII y fue designada “Patrimonio Documental de la Humanidad” por la UNESCO en 2007.
Sólo desde el año 2014 en adelante existe en español un proyecto sistemático en la Universidad de Granada, liderado por el Profesor Juan Antonio Nicolás para traducir, editar y publicar una selección en 20 volúmenes de las obras más importantes de este pensador. Ese proyecto se vincula a la Red Iberoamericana Leibniz, de la que nuestro Instituto de Filosofía forma también parte. Leibniz escribió principalmente en francés, en latín y menos en alemán e inglés. Contemporáneo de Newton, inventor al mismo tiempo que éste del cálculo infinitesimal y por cuya autoría entraron en disputa. Su filosofía lleva el lema: theoria cum praxi et commune bonum, poner en obra las ideas y el bien común. En línea de lo que después dirá Kant, cuando se cree que la teoría no sirve para la práctica, el posible fallo no es deficiencia de la teoría en la práctica, sino la falta de una mayor conceptualización. Se trata de pensar, y mucho, antes de escribir y actuar, sin caer en el inmovilismo. En este contexto, es importante afirmar que Leibniz es alguien que buscaba permanentemente que quienes pensaban distinto pudiesen de alguna manera entenderse. De allí que haya buscado acuerdos entre las distintas iglesias cristianas de su época. Fue quien estimuló la creación de la hoy Academia de Ciencias de Berlín en 1700, de la que fue su primer director, siguiendo el modelo de la Royal Society de Londres (de la que fue miembro externo) y la Académie Française. La academia fundada por Leibniz sirvió de modelo para las Academias de Ciencias de San Petersburgo y de Viena. En ello tuvo una aliada fundamental: Sophie Charlotte de Hannover, con quien dialogaba en torno a los temas más complejos de su filosofía. Leibniz dijo que ella que era una de las pocas personas que realmente comprendía lo que él decía. Y la conversación entre ambos estimuló la redacción de un escrito fascinante, con un título inventado por él: Essais de Theodicée, literalmente “Ensayo sobre la justificación de Dios”. Un colega extranjero alguna vez me dijo que ese no era sin más un libro de filosofía, sino uno incluso capaz de entregar consuelo espiritual, en la línea de las enseñanzas cristianas.
¿Cómo enriquece la formación de nuestros estudiantes que académicos del Instituto realicen este tipo de viajes?
Bueno, luego del Congreso en Hannover pude revisar material en la Biblioteca Estatal de Berlín, sin duda una de las mejores del mundo, por lo demás renovada, de libre acceso y donde hay colecciones que sólo se encuentran allí. En la línea de su pregunta, para mi es un privilegio que lo que se aprende en las experiencias mencionadas pueda luego, de uno u otro modo, ser transmitido a nuestros estudiantes, pero también a la comunidad —y no sólo filosófica— que tiene interés por mantener viva la llama del pensamiento. En la medida en que los académicos puedan realizar estadías de investigación, de enriquecerse en el diálogo con pares del extranjero, se estará perfeccionando lo que cada uno pueda llegar a saber y entender. Esta circunstancia es tan o más importante, si se tiene en cuenta que hoy nuestra propia universidad afronta el desafío de intensificar la internacionalización. Con el saber ocurre que mientras más se comparte, más se acrecienta; es lo propio de los bienes universales, a diferencia de los privados; se amplifican por el sólo hecho de entregarlos. Al volver común lo de uno se perfecciona al que lo recibe y también al que lo entrega.
¿Cómo se relacionan estas actividades con su propia investigación?
Bueno, he enseñado a Leibniz en seminarios y ha estado presente también en mis cursos de Filosofía Moderna. Además, he publicado varios artículos en español, inglés y alemán sobre él, en especial con la recepción que ha tenido en el mundo moderno y en el contemporáneo. Durante el Congreso y a propósito de lo que indicaba antes, pude tener conocimiento de las recientes obras de Leibniz publicadas. Particularmente me llamó la atención una reciente colección de cartas filosóficas (Philosophischer Briefwechsel 1701-1707, tomo IV, 2021), 1000 páginas, parte de las cuales estoy leyendo. Conocer a estos autores por sus cartas y no sólo por sus publicaciones es decisivo. Coincide con una advertencia de Leibniz: “Qui me non nisi editis novit, non novit”, vale decir, “quien me conoce sólo por mis escritos, no me conoce”. Aprovecho de observar que Leibniz escribe buena parte de sus textos en latín. Y eso ocurre no sólo con él. El latín —así como el griego para otros pensadores— es absolutamente indispensable para conocer de primera mano no sólo el medioevo, sino también autores modernos como Descartes, Spinoza y hasta parte de la misma obra de Kant. La internacionalización supone formar estudiantes que sigan teniendo buenos conocimientos instrumentales de esas lenguas. El futuro se construye también desde el pasado. Como decía Leibniz: Le present est plein de l'avenir, et chargé du passé, “el presente está grávido del futuro y cargado del pasado”, idea que fue el lema del Congreso.