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Reseña del libro: "El cuidado necesario"

Pedro Pablo Achondo, académico de la Facultad Eclesiástica de Teología PUCV, escribió esta reseña del libro "El cuidado necesario" del teólogo Leonardo Boff (Editorial Trotta, Madrid. 2012. 169pp), lectura recomendada en este tiempo en que la humanidad se ve enfrentada por la pandemia de enfermedad por coronavirus.

Después de dedicarle mucha tinta y reflexión a la Teología de la Liberación, Leonardo Boff dio un vuelco hacia lo que podríamos considerar una Ética de las virtudes y hacia la Ecología. Si bien al inicio a muchos teólogos y teólogas en América latina, y no solo a ellos y ellas, les pareció un giro extraño, llamativo e incluso mirada como una pérdida. Como si Leonardo hubiese dado un paso a temas de segundo orden, dejando una reflexión respecto de los pobres para dar lugar a una aproximación más holística ligada al planeta. Como muchas veces sucede el tiempo le ha dado la razón a Boff. La reflexión ética y ecológica se han impuesto como temas mayores y fundamentales en el marco de la civilización actual y no solo occidental. El cambio climático, las crisis ecosociales y hoy por hoy la pandemia del coronavirus, van dejando en evidencia la carencia de un sistema social, político, religioso y ecológico que no logra superar tristes datos estadísticos que reflejan desigualdades que se agudizan y manifestando estándares éticos que al menos habría que cuestionar.

El cuidado necesario se sitúa en ese marco. No olvidemos que varios años antes (1996), Boff marca la pauta con su libro “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres”, dando lugar a una Teología de la Liberación que entiende que el pobre que clama al cielo, el sufriente, es también la Casa Común, el planeta. El grito social es también un grito ecológico. Así mismo, este libro constituye una continuación del libro del mismo autor titulado “El cuidado esencial: ética de lo humano, compasión por la tierra”, del año 2002.

En su libro, Boff comienza distanciándose de una cierta idea de sostenibilidad, dicho sea de paso, instalada como máxima apropiada por el capitalismo verde (desarrollo sostenible). Para el autor la sostenibilidad como adjetivo es insuficiente, acomodaticia y no productora de un cambio sustantivo. La realidad planetaria exige un cambio más profundo, una nueva relación con el sistema-naturaleza, el sistema-vida y el sistema-Tierra. Este cambio consiste en hacernos responsables de “proteger la vitalidad y la integridad de los ecosistemas y cuidadores de la Casa Común” (9). Es decir, el cuidado atraviesa el libro como un concepto mayor.

El cuidado es definido desde varios sentidos. El primero es el cuidado como solicitud, desvelo, atención, diligencia, demostrando una importancia del otro. Un segundo sentido, derivado del anterior, denota preocupación, desasosiego, incluso sobresalto por el otro. Corresponde a una dimensión más afectiva del cuidado y está ligado a la persona amada y con aquellos con quienes se comparten sentimientos de amor. “El cuidado hace del otro una realidad preciosa”, afirma Boff (19). Se nos presenta un tercer sentido de cuidado, como “el conjunto de dispositivos de apoyo y protección sin los cuales el ser humano no vive” (19). El autor sigue enriqueciendo el concepto con un cuarto sentido: el cuidado como precaución y prevención (21).

Luego, como ha sido una constante intelectual del trabajo de las últimas décadas del teólogo brasilero, el concepto de cuidado es aplicado a la realidad del planeta y ello desarrollado como un verdadero trabajo interdisciplinar. Boff dialoga con las ciencias exactas, en particular la física, la biología y la astronomía para dar cuenta de que el cuidado aparece en las relaciones evolutivas. La materia habría permitido, a través del cuidado, la aparición de otros seres. Dicho eso, para Boff, el cuidado es comprendido como una fuerza vital, como la condición para que la vida se haya dado.

El teólogo dedica densas páginas a la fundamentación filosófica y antropológica del cuidado, donde destaca, en la misma línea de lo anterior, la comprensión del ser humano como “portador del cuidado esencial” (34) y con ello el cuidado es, entonces, “el sentido relacional de la vida” (34). Puede parecer que el cuidado es elevado al orden profundo del amor, y es precisamente lo que Boff intenta demostrar: que el cuidado es vital y perteneciente a la definición de lo humano, llegando a afirmar que “hablar del ser humano sin hablar del cuidado no es hablar del ser humano” (35).

El desarrollo de la argumentación, muy ligada a la filosofía de Heidegger, nos sitúa en un horizonte ontológico, es decir, respecto del ser. Cuidar vendría siendo un acto ontológico en la medida en que lo que se cuida es la vida, la existencia, al existente. “Cuidar del tiempo que nos es dado vivir, aceptar su fugacidad y superar la preocupación por lo relativo y lo posible”, permite aceptar que parte de la vida es también la muerte (39). El cuidado consiste en acoger la fragilidad de la vida y gracias a ello es posible siempre vivirla de forma alegre.

Ya en el corazón del libro, Leonardo Boff presenta el cuidado como paradigma, esto es como un nuevo modo de habitar la Tierra (41). La tesis principal afirma que el cuidado junto con la sostenibilidad constituyen “los dos pilares estructuradores de la nueva civilización que ha de venir” (44). Boff, sin escatimar una voz profética que lo ha caracterizado en lo que respecta a la reflexión ecoteológica, asume el desafío de preparar y anunciar esa otra civilización humana que consiga un habitar que no camine hacia su autodestrucción.

La reflexión del teólogo es helicoide ya que volviendo sobre temas ya tratados va profundizando cada vez más. Dentro de las exigencias del paradigma del cuidado se encuentra el rescate de la razón cordial (49), equilibrar el logos occidental con el pathos menospreciado y no incluido como razón también en la construcción y organización del mundo. Una segunda exigencia corresponde a “refundar el pacto natural” (52), es decir re-ligarnos con la Tierra en cuanto organismo viviente, recuperar una conexión con la Casa Común para construir una “democracia socio-cósmica”. En tercer lugar, Boff asume los derechos de la Madre Tierra, el respeto y la veneración, como exigencias del cuidado necesario. El nuevo paradigma nos exige reaprender varias aptitudes y asumir una pluralidad de saberes, como los transmitidos por los pueblos indígenas (56) y en especial la idea, más tarde sistematizada, del buen vivir (64). Finalmente, una última exigencia: profundizar en una ecología interior (64). Es imposible no sentir los ecos futuros de lo que será la Encíclica del papa Francisco Laudato Si’ (2015) y la idea central de la Ecología Integral. La ecología interior, según Boff, se apoya en las ideas de la ecología profunda (deep ecology) y lo que el biólogo norteamericano Edward O. Wilson llamó biofilia, a saber, “el cuidado amoroso hacia todas las formas de vida, hoy amenazadas”. Leonardo Boff no entra en explicaciones sobre estos conceptos ni tampoco se detiene a problematizarlos, sino que asume que este libro ya fue antecedido por otros y eso nos obliga a acompañar su reflexión de una manera más amplia.

Un capítulo dedicado a la ética del cuidado nos conduce a una sección más antropológica. En esta forma helicoide de elaborar el argumento, como la hemos llamado, el ecoteólogo Boff construye el cuidado en tres esferas: uno mismo, los otros y la Tierra (81). Las tres esferas presentan el cuidado desde la preocupación, la prevención y la precaución. Preocuparse por el modo de ser; asumir la precaución de nuestros actos, actitudes y relaciones; cuidar de los otros y de nuestra Casa Común (90). Se nos regalan hermosas páginas que como un manifiesto sobre el cuidado afirman, entre varios aspectos, que: “Cuidar de la Tierra es principalmente cuidar su integridad y vitalidad. Es no permitir que una zona bioclimática o una vasta región se degraden por entero y entren en un proceso de caos destructor […] Cuidar de la Tierra es cuidar su mejor producción, que somos nosotros, los seres humanos, hombres y mujeres […] Cuidar de la Tierra es, finalmente, cuidar de nosotros mismos, pues somos Tierra que siente, piensa, ama, cuida, venera, y se siente portadora de la Divinidad y del Misterio del universo” (92).

Asumir el nuevo paradigma del cuidado conlleva una reconstrucción del yo, es decir, que cada persona se comprenda de una manera distinta respecto de sí mismo, los otros y el ecosistema. Se trata de vivir como seres con espíritu y asumir esta dimensión espiritual respecto de todo lo que hacemos. De ahí que vivir la espiritualidad (115) requiera superar cierta concepción de la religión donde se encuadre o fije excesivamente la apertura del ser humano a la trascendencia. Según el autor, se vuelve un imperativo “cultivar una actitud de apertura permanente ante cualquier realidad” (115), intuición muy profunda, según la cual Boff se muestra instalado en un lugar más holístico y menos doctrinal o, dicho de otro modo, viviendo y pensando desde una libertad católica bastante más amplia de lo que en general estamos acostumbrados.

Los dos últimos capítulos tratan sobre el cuidado en la medicina y del cuidado en cuanto educación en la era planetaria. Valdría mucho volver, en estos momentos actuales, sobre su presentación de la idea de salud (121). Para Boff, la salud consiste en un equilibrio de cuerpo, mente, espíritu y naturaleza. Esta última dimensión en general olvidada es la que posee la fuerza de transformarlo todo y requiere ser bien comprendida. No se trata del medio ambiente del discurso ecológico convencional, sino de la naturaleza como vida, como “Energía de Fondo” que todo lo sustenta, vivifica y ordena. “La naturaleza es el conjunto de las energías, es la organización de la complejidad de la materia, son los factores físicos-químicos-ecológicos que articulados entre sí dan sustento a la vida”. Para el original ecoteólogo, “no incluir la naturaleza así de compleja en la salud no es hablar de salud humana, real e histórica, tal como se da día a día” (121).

El cuidado necesario es un insumo para construir una sociedad donde las relaciones humanas se establezcan como una fuerza curativa. “Hay que aceptar como dato realista que quien cuida necesita ser cuidado. Y hay que aprender a llevarlo a cabo de tal manera que nadie se sienta humillado o disminuido, sino que, por el contrario, ayude a estrechar los lazos y crear el sentimiento de una comunidad no solo de trabajo sino una comunidad de destino” (136). Esta utopía necesaria (155) es un profundo llamado a la esperanza, al sueño de un futuro distinto que podemos construir entre todos y todas.