Columna de opinión: "El costo de individualizar el sufrimiento de las niñeces"
En un artículo de La Tercera del día 12 de junio, titulado “Los niños dañados de la pandemia”, se expresan algunos puntos que comparto y me parecen importantes de visibilizar y otros con los que discrepo, dado que reproducen lógicas adultocéntricas y poco consideradas que sostiene a esta sociedad que está en franca deuda con las personas de menor edad.
Entre los puntos que me parece un aporte de este artículo, es cuando la psiquiatra Francisca Turpaud, expresa que “el estrés de cumplir con las exigencias académicas es algo que afecta directamente la salud mental de los estudiantes: No había visto niños tan angustiados por el cumplimiento de las notas o con pasar de curso. Para que un niño aprenda tiene que hacerlo con la interacción de sus pares. Lo que estamos haciendo ahora es hacerlos aprender en aislamiento, sin ningún refuerzo positivo. Se les está exigiendo que rindan con normalidad, en una situación que es absolutamente anormal”.
Y claro, el aprendizaje es en relación, no es posible sostener un paradigma educativo sobre un currículo sobrecargado de contenidos, que reproducen la noción bancaria de que niños y niñas son esponjas que deben “absorber” conocimientos. Y como la pandemia puso una barrera de acceso a ese “proceso de absorción”, la tozudez por insistir en contenidos estandarizados, mediciones homogeneizantes y no poner al centro la experiencia, intereses, habilidades y los aprendizajes cotidianos de niños y niñas, se traduce en un acto de crueldad.
También me parece un acto de crueldad el cierre de los parques con su correspondiente encintado. Del mismo modo, veo como una aberración la apertura de los mall, como una actividad más importante para esta sociedad, que el generar condiciones materiales y subjetivas para un retorno a clases cuidadoso y amable, en el que participe toda la comunidad educativa, principalmente niños y niñas. Si no entendemos que este tipo de situaciones, al igual que la brutal desigualdad de este país, tal como la grafica la reciente CASEN, son una gran fuente de afectación, al igual que las condiciones habitacionales, económicas y sociales, seguiremos individualizando el sufrimiento al hablar de niños “dañados” que hay que “reparar y salvar”. Probablemente, este es un abordaje que se escoge por ser más acotado y abordable que una mirada multidimensional. Es más simple considerar a las diversas niñeces como si fuesen una cosecha que hay que rescatar. Acercarse al dolor de los niños, sólo desde la sintomatología individual, es una lógica paternalista. Cada vez que estoy o me aproximo a diálogos con niños y niñas, en contextos comunitarios, en investigaciones y espacios de participación política, aparecen elementos del contexto que tienen alta incidencia en sus vidas cotidianas. Pero el mirar sólo síntomas de individuos pequeños y centrarse en la atención individual psicológica y psiquiátrica tiene sentido, es más simple, acotado y no impacta en ningún elemento de la esfera de lo social. No incomoda a nadie.
La forma de usar esas categorías de “dañados, rescate y reparación” expresan una concepción de niñez, centrada en la noción de que su valía está en función del adulto que llegará a ser. Es una lógica de minoridad, que deja fuera la posibilidad de observar o valorar las formas cotidianas que tienen niños y niñas de resistir a las violencias y a la adversidad. Es una mirada que niega formas sutiles y creativas de vivir cotidianamente y de expresar sus dolores y preocupaciones. Esa mirada negadora de códigos, formatos y expresiones diversas, que habla de la diversidad de formas de vivir las niñeces, Es una mirada simplista, centrada en su rendimiento y futuro como sujeto productivo.
Estoy convencida que es esta mirada, la que junto a toda la crueldad que ha acompañado el abordaje de la pandemia en este país, es lo que será más dañino y sobre lo cual debemos pensar en formas solidarias, colectivas, intergeneracionales y a la vez particulares, de enfrentar el desafío que implica el cuidado en esta pandemia. Necesitamos desindividualizar el sufrimiento, reconocer que hay dolores colectivos que no pueden abordarse en forma fragmentada, sin generar más daño en las personas.
Es con los niños y las niñas que podemos crear y planificar formas de usar el espacio público, formas de cuidar la distancia física, para que nunca se traduzca en distancia social y así, en los diversos ámbitos que les afectan y conciernen. Eso no implica abandonar nuestra responsabilidad, es sólo comprender que protección es mucho mejor con participación.