Los hechos sucedidos en calles del norte de Chile son la prueba de la ausencia de políticas de inmigración adecuadas, basadas en el respeto a la humanidad y la solidaridad. Más aún, pareciera que muchos desde posiciones de poder o influencia han decidido dar espacio para la movilización del odio, cosa que no es primera vez que ocurre en la historia de la humanidad.
Es de esperar que los valores del humanismo nos orienten, que se movilicen energías creativas de ayuda y solidaridad dentro de nuestra sociedad. Y que el odio y la desconfianza al inmigrante sea arrinconado, sin mayor espacio para exhibirse.
Hace bastante tiempo, Hannah Arendt nos advirtió sobre el riesgo que significa para la humanidad acostumbrarnos al dolor y las injusticias. La historiadora Lynn Hunt, en sutrabajo historia de los derechos humanos, destacó la importancia de la empatía por el sufrimiento de otras y otros como una de las características de la historia contemporánea, desañada y limitada por los discursos raciales y nacionalistas, responsables de gran parte de los horrores del siglo XX.
Las imágenes de expulsión de inmigrantes, de desalojo, plantean un serio problema en torno a la forma en que la política, y el gobierno de Chile, se plantea frente a una de las más humanas condiciones: la movilidad, el deseo de buscar mejores condiciones de vida, cosas que miles de chilenas y chilenos han buscado fuera de nuestras fronteras. Sacar de la calle o plazas a inmigrantes, a familias con niñas y niños, para lanzarlos a la misma calle, no tiene ninguna lógica.
¿No se podían tener espacios adecuados para alojarles, antes de traer las máquinas retroexcavadoras? Nada de humanismo, ni de cristiano, ni de solidario tienen aquellos actos. Tres valores muy pregonados en nuestra sociedad. Menos aun lo son la barbarie de quemar lo poco que poseen los inmigrantes, por personas con poleras y banderas de Chile, celebrando la quema de un coche de bebe.
Ligar la inmigración con la delincuencia es más una consigna política. Que una búsqueda de solución. Las acusaciones u opiniones generalizadoras resultan útiles para movilizar miedos y muchas veces odios xenófobos y raciales. El respeto por el otro, la solidaridad con los que sufren, son ahogados por slogans simplificadores de transformar a los inmigrantes (los pobres, los de piel oscura, etc. ) en amenazas.
Es responsabilidad de las instituciones reducir la delincuencia, que es nacional, extranjera y también de “cuello y corbata”. No con discursos fáciles contra los inmigrantes, sino que mejorando tanto la seguridad, como las políticas de integración social y laboral. El aporte de los inmigrantes al desarrollo social y el crecimiento económico (que a tantos obsesiona) es real en la historia, su contribución a los sistemas de salud, tributarios, etc., es innegable. Es tiempo de que se escuche a especialistas, que nuestros políticos luzcan lo que aprenden en sus viajes por el mundo.
Las marchas contra la inmigración llenas de consignas e ideas, en momentos contradictorios, son una advertencia, pues nos ponen frente al riesgo de ser despojados de nuestra capacidad de solidaridad y de sufrir cuando otras y otros sufren, caer en el abismo de ver en el otro a un “monstruo”, restringiendo nuestra empatía solo a nuestros supuestos “iguales”.
La destrucción de lo poco que los inmigrantes pobres poseen, junto con generar vergúenza, nos recuerda, lo peor de la historia del siglo XX. Los hechos sucedidos en calles del norte de Chile son la prueba de la ausencia de políticas de inmigración adecuadas, basadas en el respeto a la humanidad y la solidaridad. Más aún, pareciera que muchos desde posiciones de poder o influencia han decidido dar espacio para la movilización del odio, cosa que no es primera vez que ocurre en la historia de la humanidad.
Fuente: Tiempo 21