Por Fernando Rivas y Claudio Elórtegui
Grupo Análisis de Medios (GAM), Escuela de Periodismo Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
El Papa Francisco acaba de culminar quizás una de las más importantes giras de su pontificado de apenas dos años. Elegido el 13 de marzo de 2013, pareciera que lleva más tiempo frente al trono de San Pedro por la envergadura de sus obras y la trascendencia de las mismas. Ya fue internalizado como Pontífice y no hay dudas respecto de su figura en la memoria colectiva.
Esta situación, si bien puede parecer nimia, no lo es tanto, porque da cuenta del grado de posicionamiento del Santo Padre entre los fieles y preponderantemente en la opinión pública. No fue el caso de Benedicto XVI, por ejemplo, quien convivió por un largo tiempo con la imagen todavía en la retina de Juan Pablo II.
En el caso de Francisco esto no ha sido así. A la sorpresa de su designación, el primer Papa latinoamericano, argentino, y el primero jesuita, devino también su adscripción a la figura del santo de Asís y al levantamiento de la pobreza y la ecología como banderas distintivas. Fueron apariciones simples en su similitud a la de otros Papas, pero de un calado que sorprendió a los observadores.
El ex arzobispo de Buenos Aires, ahora investido con la alba sotana, sin mayores aspavientos comenzó tareas mundiales: abrió nuevos caminos de diálogo ecuménico entre judíos musulmanes y católicos en un histórico encuentro y abrazo en Jerusalén; abrió las puertas de la Iglesia a homosexuales, separados y divorciados; sancionó severa e institucionalmente la pedofilia; rescató la pobreza, fortaleció la familia y reprimió el derroche y el lujo. Y ahora recientemente, habló para cuidar y preservar la “casa común” del planeta, mediante la Encíclica “Laudato Si”, y acaba de poner quizás un punto final al Siglo XX y al enfrentamiento de comunistas y capitalistas al propiciar también el encuentro y el diálogo entre Cuba y Estados Unidos.
Todo esto en un lapso de poco más de dos años, sin estridencias, paso a paso, y casi sin que nos demos cuenta, excepto por la profundidad de sus acciones. Así lo han revelado de improviso numerosos despachos televisivos o el fervor inusitado de quienes precisamente no son católicos. Bergoglio, ciertamente, ha ido ratificando sotto voce lo que se pensaba de él como posible émulo de Angelo Roncalli, el Papa Bueno, Juan XXIII. Y de hecho lo está logrando.
Se suponía que podía ser un Papa de los grandes, ahora sus obras están avalando esa presunción.
La revista Time, con su experticia, ya lo detectó a los pocos meses, incluyéndolo en 2013 en su nómina de las 100 personas más influyentes del planeta y después lo ratificó, elevándolo a los altares de la opinión pública, al distinguirlo como el Personaje del Año. Un honor, además, que también tributaron revistas muy diferentes como Rolling Stone y New Yorker, en ese mismo año.
El sentido periodístico no se equivocó, pues la inteligencia de Bergoglio y el sentirse como Papa y autoridad que debe cuidar las formas y el contenido, que responde ante sí y ante Dios, le permitió seguir desarrollando su personal estilo de comunicación que se caracteriza por lo menos por tres rasgos principales: el compromiso con sus convicciones, pero sin hacer alarde de ellas, persuadiendo con la fuerza del afecto, la sencillez de los gestos y una no amenazante o acogedora humildad.
Estas virtudes reordenan los formatos del poder humano y el estilo de la política contemporánea. La admiración de los que conducen la administración Obama en la Casa Blanca o el Congreso de la nación líder mundial hacia el Pontífice en esta gira, radica, entre otras cosas, en la habilidad, naturalidad y el respeto que exhibe Francisco frente a cualquiera. En efecto, desde el más débil hasta el más duro, como el republicano John Boehner, a quien incluso le sacó lágrimas con la consecuente viralización de millones de reproducciones en pocas horas de su sollozo, se vieron tocados o interpelados por el Papa.
Se le ha visto detenerse e ir donde los que quieren estrecharlo, atender a quien quiere estar cerca suyo y acoger con respeto los cientos de obsequios, cartas o sonrisas que, como fue en el último caso, los estadounidenses y cubanos le entregaron en las calles. Y por otro lado, persuade mediante una prudencia proverbial, de atención, preocupación por el otro y escucha. Todo lo cual se enmarca a su vez en un aura de cercanía, de alegría, de naturalidad y carencia de afectación que lejos de favorecerle errores le hace inmune a ellos.
Sin duda que tiene 78 años y que como jesuita ha trabajado su personalidad, ha hecho carne sus creencias y las irradia por donde va. Sólo así es posible de entender el fenómeno mediático que hemos presenciado en estos últimos días tanto en Cuba como en Estados Unidos. En la potencia mundial, los conductores de TV, particularmente de CNN, estaban eufóricos con su figura y sus actuaciones. Se advirtió una gran movilización social en torno al Pontífice. Casey Jackson, estudiante de intercambio de la universidad agustina de Villanova, Filadelfia, que estuvo en Chile en 2014, sostuvo que “la visita del Papa es un gran evento de la paz, la espiritualidad, la amistad y la comunidad global. Soy católica, pero no soy muy espiritual. Por eso, pienso que el trabajo práctico del Papa, como la ayuda con los pobres y el medio ambiente, es mucho más importante que el simbolismo de su título”.
No es fácil ser noticia en los Estados Unidos y convivir con una agenda informativa a veces tan rígida y poco dada a la cobertura de “personalidades” extranjeras en el propio territorio. Sin embargo, cada detalle de la visita en los Estados Unidos fue proyectada como un acto de corte mediático audiovisual, ganando en atractivo y ritmo para la televisión y el streaming. Esto generó que el despliegue de Francisco se transformara en un evento comunicacional por sí mismo, masivo, popular, lleno de postales de emoción y diversidad cultural en las avenidas de Nueva York. La amplificación de sus actos y discursos fue una constante, pues una cuidada entrega comunicacional produjo una impresionante respuesta en los públicos y en la industria de medios.
La coherencia entre lo que las audiencias estadounidenses e internacionales observaban en los espacios públicos, tenían sentido posteriormente en las ceremonias religiosas y los mensajes que el Papa enviaba. En el Madison Square Garden, con una entrada que cualquier rockstar o candidato presidencial norteamericano soñaría, el Papa habló del contexto de las ciudades, tan criticadas por su deshumanización, destacándolas como lugares de pluriculturalidad en la que Dios habita cuando su fuerza libera del aislacionismo.
Resaltaba la cotidianidad de urbes como Nueva York como escenario para imaginar la convivencia cultural dañada por la violencia de grupos extremistas o radicales que han generado el desplazamiento de cientos de miles. Pero también no olvidaba que el contacto con las diferencias o con aquellos inmigrantes que lo necesitan, se podrá fundar en una escuela del encuentro, que debe evitar la competencia y el individualismo propios de un sistema que también alejan de la paz.
En los Estados Unidos, Francisco provocó sentido de la realidad y proyectó los cables a tierra no solo para la comunidad latina. Mediante la sencillez de su lenguaje, la claridad en el discurso y también la integración de un elenco de reconocidas figuras mediáticas, el Papa combinó el equilibrio del entretenimiento y la alegría, con la profundidad del Evangelio. Filadelfia fue una muestra de aquello: a la expectación motivada por el religioso argentino, se sumó Mark Wahlberg como maestro de ceremonias y Juanes, Andrea Bocelli y Aretha Franklin cantando, en una misa que fue calificada por la prensa estadounidense como histórica.
La figura del Papa Francisco no va a desaparecer tan fácil de la memoria mundial. Ya que escribió páginas memorables en la Casa Blanca, ante las Naciones Unidas, en el Memorial de la Zona Cero, en el Madison Square Garden y el Congreso de los Estados Unidos, que fomentaron analogías con Martin Luther King y otras figuras potentes de la historia y la fe norteamericanas.
Como siempre, el Papa cumplió también con su patentada conferencia de prensa a bordo de su avión. Allí, sobre los cielos, el Sumo Pontífice habla y responde a todo, como le nace, como lo cree y como considera más conveniente. Es una fiesta para la prensa que dispone de su atención preferente, aprovechando un momento y un espacio aparentemente muerto, una especie de no lugar en el aire, con escasa trascendencia, pero que el Pontífice con inteligencia y perspicacia ha sabido crear y valorizar. Quizás no sea otra de sus acciones globalmente relevantes, pero trasunta fielmente el espíritu y la comunicación que desarrolla. Probablemente, este nuevo pero ya reconocido Papa ahora se sumerja de nuevo y permanezca así por algún tiempo, hasta que sin darnos cuenta reviva nuevamente por las pantallas, sorprendiendo con otra acción propia de su talla.