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Columna de opinión: "Acuerdos y pragmatismo", por prof. Jorge Mendoza

"Cuando hay una ausencia de consensos, es donde aparecen los acuerdos como fruto de un pragmatismo que también tiene aspectos éticos", afirma el académico de la Facultad Eclesiástica de Teología PUCV.

23.01.23

ACUERDOS Y PRAGMATISMO

 

JORGE MENDOZA V.

 

            Tanto el pragmatismo como los acuerdos políticos requieren de una revisión conceptual respecto de sus ámbitos y de sus relaciones con aspectos éticos en la convivencia política. Normalmente al pragmatismo se lo suele ver como en oposición, o al menos prescindencia, a las cuestiones éticas. Sin embargo, en los momentos como los que vive Chile en la actualidad, se requiere de una dosis de pragmatismo para lograr los acuerdos tanto entre grupos antagónicos como entre los eventuales aliados de un mismo sector, que permitan la solución de situaciones conflictivas.

 

            La política es, por definición, el espacio en el que los diferentes actores de la vida social concurren con sus intereses y propósitos en busca del bien común, vale decir de proporcionar aquellas condiciones de vida que le permitan a las personas y a las instituciones su más pleno desarrollo. No necesariamente estos intereses y propósitos son compartidos por todos los sectores sociales y ahí se requiere una etapa de discernimiento de aquello que es esencial, y que puede ser compartido por todos en términos generales, de lo que puede resultar accesorio y, por lo mismo, puede ser prescindible. En estas cuestiones que conforman el núcleo de las políticas encaminadas al logro del bien común normalmente hay consenso: mejores pensiones, salud de buena calidad al alcance de todos y tantos otros similares en su enunciado. En lo que no siempre hay consenso es en los medios y en las magnitudes requeridas para su logro y ahí tienen espacio los acuerdos en tanto propendan a concretar estas condiciones requeridas por las personas y las instituciones.

 

            Dos conceptos son los que tienen que ser diferenciados: consenso y acuerdo. Ambos tienen aristas que se tocan con la ética de distinta manera. En el caso del consenso se tiende a entender que todos deberían tener la misma apreciación respecto de su carácter indiscutible y, por ello, implicaría que las demás posiciones en torno a una polémica renuncien a sí mismas para aceptar como verdad objetiva la posición de quien hace uso del llamado al consenso. Es una acepción que acerca mucho a los totalitarismos en tanto implica tener que aceptar como verdad única lo afirmado por quien hace este llamado. Significaría renunciar al ejercicio personal de la conciencia y al discernimiento de quienes no comparten la misma idea. Desde esta perspectiva el consenso no es exigible aunque sí deseable en los aspectos fundamentales de la convivencia social.

 

             En este punto, cuando hay una ausencia de consensos, es donde aparecen los acuerdos como fruto de un pragmatismo que también tiene aspectos éticos. La cuestión de fondo es hasta qué punto puedo renunciar a aspectos accesorios a mi posición en pos de lograr algunas metas que beneficien sino a todo el conjunto social, al menos a la mayor parte de él, y con el menor daño colateral a quienes se verán afectados o involucrados como fruto de ellos. En este sentido es difícil calificar a priori de buenos o malos los acuerdos, de perfectos o imperfectos, porque lo que se espera de ellos es que sirvan a los propósitos sociales. Las más de las veces no sólo se quiere algún logro sino que también el que sea por los medios y rutas que cada parte entiende son los más acordes con lo que se quiere obtener. Los acuerdos son éticos en tanto, respetando lo esencial de cada posición, tienden a evitar la confrontación social. De alguna manera son éticos tanto por lo que evitan como por lo que logran. Aunque tampoco debemos olvidar muchos acuerdos y tratados, incluso internacionales, cuyo único propósito ha sido postergar el enfrentamiento para ganar tiempo en la preparación del mismo.

 

            El pragmatismo es necesario en cuanto implica llevar a la praxis, a la práctica concreta, aquellos valores que las partes consideran irrenunciables. Estos valores son los que marcan los verdaderos límites en los que, necesariamente, se debe buscar el consenso. Sin ellos el pragmatismo y los acuerdos dejan de tener un carácter ético defendible. No se trata sólo del parecer mayoritario, siempre voluble y cambiante, sino de una reflexión profunda que configure las cuestiones prácticas a las que se quiere llegar. Se suele da por sentado que el criterio mayoritario define, por sí mismo, si algo es verdadero o, al menos, pertinente y, por lo mismo, exigible a todos los miembros del conjunto social obviando que las decisiones son siempre personales y que la mayor exigencia que se les puede hacer es que ellas, en el plano personal, sean coherentes tanto con las convicciones íntimas como con las que son públicamente declaradas.

 

También es importante considerar, desde el punto de vista ético, que todas nuestras acciones, coherentes o no, siempre tienen consecuencias, sociales y personales, y no pocas veces resultan contradictorias con nuestras intenciones. No considerar las consecuencias y actuar sólo por un cierto voluntarismo basado en convicciones, válidas y legítimas en todo caso, suelen desencadenar procesos sociales y políticos que terminan afectando negativamente las buenas intenciones.

 

A todo esto a más de alguien lo dicho hasta ahora le suena como la aseveración atribuida a Maquiavelo que justifica el uso de cualquier medio para el logro de un fin. No se trata de esa actitud sino más bien de un realismo político que nos permita considerar las efectivas posibilidades de realización de nuestras aspiraciones y las de la sociedad. Resulta éticamente irresponsable alentar expectativas que sabemos no se podrán cumplir, sea porque no existen los medios y recursos disponibles o, simplemente, porque siempre habrán imponderables que no podemos avizorar con anticipación. De esto último tenemos ejemplos claros con la pandemia y la invasión de Ucrania.

 

Considerar todas las variables que influyen en el acontecer político de una sociedad es un imperativo ético que no se puede obviar. Sólo al considerarlas es que podremos llegar a acuerdos que efectivamente beneficien a todo el conjunto social.

 

Valparaíso, 23 de enero de 2023.