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COLUMNA | Propuesta para vivir una Iglesia sinodal

En la columna publicada en la revista internacional Vida Nueva, Dr. Juan Pablo Faúndez Allier propone tres ejes claves para vivir una Iglesia sinodal.

23.02.21

Compartimos el artículo pubicado en la revista internacional Vida Nueva por Dr. Juan Pablo Faúndez Allier, jefe de programas académicos de la Facultad Eclesiástica de Teología PUCV, director de la Cátedra Internacional Doctrina Social de la Iglesia de nuestra casa de estudios y miembro de la Academia de Líderes Católicos.

Propuesta para vivir una Iglesia sinodal

“Saber escuchar”, la primera actitud para aprender a caminar juntos

‘Ad portas’ de la Asamblea sinodal que se abriría al día siguiente –domingo 5 de octubre de 2014–, en el Discurso del Santo Padre al cierre del Encuentro para la Familia del sábado 4 de octubre, Francisco pedía precisamente en contexto “de familia” que la búsqueda de una sociedad “justa y solidaria” (Ex. Apost. ‘Evangelii gaudium’, 66-68) fuese el horizonte que ayudase a “percibir la importancia de la Asamblea sinodal”, que se iniciaría al deslumbrar el nuevo día.

Junto con la imagen de la calidez familiar, una segunda actitud que se percibía especialmente sensible para Francisco en el contexto del Sínodo que alumbraba era: “saber escuchar”; reiterándolo al concluir el Discurso mencionado: “Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la ‘escucha’: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” (Francisco, Discurso del Santo Padre…, 2014).

Estos dos puntos de vista me parecen fundamentales a la hora de ir fraguando la adecuada metodología de los pasos sinodales. Caminar juntos, en una perspectiva a-sinodal, puede ser un ‘ir uno al lado del otro’ con ideas propias que se rumian en la conciencia; o, verdaderamente, caminar juntos puede significar lo que ha de implicar un profundo deseo de entablar diálogo honesto: intercambio deliberativo desde la fe para descubrir qué es lo que nos está queriendo manifestar el Señor, que siempre habla en comunidad y en vistas a la comunión. En efecto, emprender juntos una ruta para co-implicarse en ella pasa necesariamente por saber con quién voy al lado, a quién puedo fiar mi historia pasada y a quién puedo confiar mi esperanza del mañana. Requiere intimidad en torno a lo que genera una espontánea comunión y también estar dispuesto en el diálogo a reconocer los elementos que nos distancian y los que nos permiten descansar en los puntos de acuerdo, mediante la iluminación del Espíritu Santo.

Una Iglesia sinodal, por ello, ha de observar y asimilar un primer rasgo metodológico que consiste en pasar largas horas escuchando y aprendiendo a escuchar en mayor profundidad, para así no sólo atender requerimientos humanos, sino reconocer la propia voz de Dios que habla en la Asamblea y en el hoy de la historia.

Escuchar es más que oír: la clave del diálogo

Desde los Fragmentos de Heráclito (de finales del siglo V a. de C.), en Occidente ha quedado meridianamente claro que no ‘oyendo’, sino ‘escuchando’ al Logos podemos captar la profundidad de lo que es. Obviamente, no persigue con ello este presocrático hablarnos de panteísmo, sino de que si vamos más allá que de oír entidades dispersas, el Logos nos hará comprender que detrás de cualquier manifestación está el Ser, dando el sentido a todo lo que es. Es una llamada a la profundidad en la atención a lo que unifica, porque es fácil quedarse en la superficialidad de múltiples voces meramente entitativas que apuntan hacia objetivos diversos, movidos por distintas razones. Y esa es una tentación que puede acontecer al interior de la propia Iglesia, siendo diversas las motivaciones para ello. Por esta razón, ‘escuchar al Logos’, al ´Ser de Dios que habla en la conciencia’ –aunque Dios no sea identificable con la misma–, es una actitud clave para comprender las auténticas mociones del diálogo sinodal.

El Logos de Dios que habla especialmente ‘en’ y ‘con’ su Pueblo, el que para reconocer genuinamente su voz y no la propia requiere de una ascética y un auténtico espíritu de conversión del destinatario, que se inicia desde la humildad cotidiana del ob-audire, de la obediencia filial que espera reconocer la voz del Pastor y seguirla día a día. Es la razón por la que el salmo invitatorio que reiteramos cotidianamente en la Liturgia de las Horas, el 94, sea una llamada a entrar incesantemente en esa dimensión: “Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.

El error de un mero oírse, o cómo evitar perderse

La tentación de dejar de hacer esto es, probablemente, una de las razones por las que Francisco insistiera el 17 de octubre de 2015, en el Discurso del Santo Padre con ocasión de la conmemoración de los 50 años de la institución del Sínodo de Obispos que: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar “es más que oír”. Es una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14,17), para conocer lo que él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)”.

Esto consiste en una llamada a querer identificar en sintonía fina como Iglesia cuál es la auténtica inspiración del Espíritu Santo en un tiempo en el que no sólo se levantan voces altisonantes contra la Iglesia de Roma, en algunas latitudes, planos y contextos; sino que dentro de la misma se alzan planteamientos que amenazan la comunión. Esta ha sido, por ejemplo, la señal que ha provenido desde la Iglesia alemana, que habiendo oído, y al parecer, interpretado a fieles (clérigos y laicos) de aquel país, viene con una propuesta que no estaría en plena comunión con las orientaciones magisteriales que la Iglesia ha conocido hasta ahora. ¿Estará dispuesta Alemania a escuchar el ‘sensus fidei’ de la Iglesia ‘universal’, que es el modo cómo se expresa la identidad católica?

Según plantea el Papa al recordar el Sínodo, se actúa ‘cum Petro et sub Petro’ no para limitar la libertad sino para garantizar la unidad: “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles” se encuentra en la persona del Romano Pontífice (‘Lumen gentium’, 23). De ahí que la ‘servicialidad’ como carácter propio en conexión con una adecuada ‘colegialidad’ sean el camino hermenéutico que legitimará los acuerdos sinodales. Esa ha sido la constante en la experiencia de los Sínodos a lo largo de la historia de la Iglesia, y no debiese variar en cuanto al criterio, aun cuando los contextos culturales puedan abrir a escenarios diversos.

Por ello, la propuesta para vivir realmente imbuidos en la sinodalidad pasa por la convergencia que surge desde una verdadera ‘justicia’ y disposición para la ‘solidaridad’, como advertíamos en un comienzo. Asignar lo que corresponde desde una escucha atenta (justicia) y hacerse uno con la genuina voz del Pueblo de Dios (solidaridad) dan cuenta de un valor y de un principio del pensamiento social de la Iglesia que son fundamentales para abordar las tensiones verticales y horizontales en vistas a una genuina edificación de la sinodalidad que comience y termine por escuchar la voz del Señor.


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Para leer el artículo escrito por el académico PUCV, visitar:

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