Ir a pucv.cl

Columna de Opinión

Por José Miguel Garrido Miranda, Secretario de Facultad y académico de la Escuela de Pedagogía PUCV.

29.04.2020

Sin duda, ningún Estado o sociedad estaba preparada para hacer frente a una emergencia con efectos sanitarios, sociales y económicos como los provocado por la pandemia global del COVID 19. En el campo educativo el peligro de contagio ha implicado, según UNESCO, “mandar a sus casas” a 1.500 millones de estudiantes en el mundo; en Chile son alrededor de tres millones los escolares afectados.

Para dar continuidad al proceso formativo, tanto el Ministerio de Educación como las propias instituciones escolares han propiciado reemplazar las clases presenciales por modalidades virtuales sincrónicas o asincrónicas. Para nadie es un misterio las innumerables problemáticas que esto está provocando para el estudiantado, el profesorado y las propias instituciones educativas. Innumerables artículos y columnas de prensa informan de las diferencias y dificultades que tienen las familias para afrontar el escenario de una formación escolar virtual. El propio MINEDUC reconoce que hay cerca de 380.000 escolares en riesgo de quedar marginados de las modalidades virtuales por razones socioeconómicas, de ubicación geográfica o por pertenecer a establecimientos con muy bajo desempeño.

Cabe señalar que lo que los datos y situaciones reflejan, es la existencia de una exclusión digital que tienen su origen en tres brechas digitales. Una primera relacionada con las problemáticas de acceso a dispositivos y recursos económicos para conectarse, y que es patente cada vez que un escolar no tiene un equipo para su uso y/o no puede pagar una red de datos suficiente para interactuar virtualmente. También podemos evidenciar una segunda brecha que se vincula a la ausencia de capacidades (habilidades/competencias) digitales en las personas para utilizar las tecnologías digitales que se disponen, para aprender o mediar procesos formativos virtuales. Esta situación se hace visible cuando los estudiantes no pueden actuar con autonomía y/o no pueden realizar digitalmente las actividades solicitadas, así como cuando un profesor no sabe gestionar un diseño de clases virtual. Finalmente, también es posible observar una tercera brecha vinculada al acceso e interacción con contenidos digitales inclusivos, o sea, que respondan a la variedad de necesidades, trayectorias y expectativas provocadas por la diversidad etaria, étnica, territorial, cognitiva y de género que caracteriza a los estudiantes.

¿Qué implica esto para el profesorado en ejercicio?

El profesorado chileno (al igual que sus colegas en gran parte del orbe) no ha sido formado para impartir clases en escenarios virtuales, por lo que la actual situación los desafía a ampliar los horizontes tradicionales del ejercicio de la profesión, tales como la naturaleza y sentido del aprendizaje a mediar virtualmente; la complementariedad entre lo sincrónico y asincrónico; los criterios y procedimientos de evaluación de aprendizajes priorizados; la autonomía, exigencias y tiempo de trabajo requerido por los estudiantes; la manera de monitorear y acompañarlos; la configuración de multiescenarios formativos que permita responder a la diversidad de estudiantes y sus condiciones; el trabajo con otros profesores; el involucramiento y coordinación con las familias; y por supuesto, la selección y uso de ambientes y aplicaciones digitales pertinentes a todo lo anterior.

Es evidente que, mirado de esta manera, la relación entre el aprendizaje y la exclusión digital adquiere una complejidad que supera con creces la entrega, por cierto, necesaria de dispositivos o material escolar impreso como se ha hecho hasta ahora. Requiere, primeramente, de resignificar social y culturalmente las implicancias de la exclusión de personas de una realidad mediada por las redes digitales; requiere conocer las prácticas virtuales, especialmente las problemáticas, que vivencian el estudiantado y sus familias; en fin, requiere comprender, en la línea de la teoría del Actor-Red, a las tecnologías digitales como artefactos culturales que median/provocan interacciones sociales, situadas y contextuales sobre el acceso y transformación de la información en conocimiento.

Las brechas sociales y educativas que excluyen a niñas, niños y jóvenes son de naturaleza variada y se arrastran desde antes de la actual emergencia provocada por el COVID 19, sin embargo, la obligación de abandonar presencialmente las Escuelas ha puesto al descubierto los alcances de una exclusión que, hasta ahora, no parecía cruzar el límite de la academia. Propiciar la reducción de las brechas digitales educativas no es solo una respuesta a una coyuntura histórica, sino que un imperativo ético para formar aprendices digitales de manera inclusiva, capaces de participar y contribuir a la construcción de una sociedad del conocimiento para todas y todos.