Opinión: "¿Una nueva Guerra Fría o una nueva bipolaridad?: Reflexiones sobre la crisis de Ucrania"
Por Eduardo Araya, director del Observatorio de Historia y Política (OHP) PUCV; artículo publicado en sitio web del OHP PUCV. (24.02.2021)
El concepto Guerra Fría (GF) es normalmente utilizado para describir un período de la historia contemporánea que se extiende entre el fin de la II Guerra Mundial y la disolución de la Unión Soviética en 1991 marcado por una bipolaridad sistémica, es decir por la confrontación entre dos superpotencias y sus respectivos bloques[1], que se expresó en los planos político-militares, económico, ideológico y cultural, pero que excluyó el enfrentamiento directo entre ambas superpotencias dada la disponibilidad de armas nucleares. El término Guerra Fría fue en su origen un producto periodístico. Surgió de una entrevista al banquero Bernard Baruch, uno de los asesores del Presidente Truman, posteriormente popularizada por el columnista Walter Lippman (Aunque ya había sido usado antes por George Orwell).
El inicio de la Guerra Fría – como suele ocurrir – es un objeto de debate entre historiadores[2]. Algunos (André Fontaine, Ronald Powasky y Tony Judt entre otros) han argumentado que la GF se inició en 1918 con la intervención militar de Gran Bretaña, Francia, Japón y USA en contra de la URSS en apoyo de los Ejércitos Blancos y en contra de los Bolcheviques conocida como El Cordón Sanitario, (aunque en el caso de USA y Japón al menos había también intereses geopolíticos). Una segunda tesis (que ha representado una corriente principal en la historiografía) fija su inicio en 1945, como consecuencia de la reacción de USA a lo que se entendía como incumplimiento por parte de la URSS de los acuerdos de Yalta, particularmente respecto del caso polaco (el compromiso sobre elecciones democráticas). Finalmente, hay quienes sitúan este inicio en 1947 y lo asocian a un conjunto de decisiones de política exterior por parte de USA (Doctrina Truman, Estrategia de la Contención) que definieron, aunque con variaciones a lo largo del tiempo, los fundamentos de la estrategia de Estados Unidos frente a la URSS. El final de la GF es más conciso y preciso, aunque se puede elegir mas de una hito: Los Acuerdos de Malta entre Gorbachov y Bush (Diciembre de1989 ) o la disolución de la URSS (Diciembre de 1991).
En el casi medio siglo entre 1945 y 1991, la estructura del sistema internacional estuvo marcada por ese conflicto bipolar, sin embargo, ese período no puede ser analizado como un solo bloque homogéneo. A lo largo de esos años, el sistema internacional tuvo cambios muy importantes que condicionaron los niveles y las áreas de conflicto. La rigidez inicial se modifico con el Conflicto Chino-Soviético y la reanudación de relaciones entre USA y China a mediados de los 70s. Por espacio de 10 años (1969-1979), la relación entre las superpotencias estuvo marcada por la Distensión (Detente), que incluyó un conjunto de acuerdos importantes como por ejemplo los Acuerdos de Helsinsky (1976), pero la confrontación volvió a crecer en 1980 y solo volvió a disminuir en 1987 con la suscripción del Acuerdo INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, 1987) entre los Pdtes. Reagan y Gorbachov.
En los últimos años, el uso del término Guerra Fría (GF) volvió a ponerse de moda. Comenzó a usarse para describir la confrontación creciente entre Estados Unidos y la R. P. de China asociada al ascenso de la última como potencia global y su creciente peso en la economía mundial[3]. Mas recientemente se ha empleado respecto de la presión rusa sobre Ucrania. En esto días Annalena Baerbock, Ministra de Relaciones Exteriores de Alemania ha acusado al Gobierno Ruso de poner en riesgo la paz de Europa con demandas propias de la Guerra Fría[4]. Efectivamente, no solo el concepto GF, sino el lenguaje de la Guerra Fría se ha puesto nuevamente de moda. (la discusión sobre esferas de influencia), pero también la posibilidad de un conflicto armado a gran escala que afecte directamente a los europeos, algo impensable hasta ahora para dos generaciones, ha entrado en el campo de lo posible.
LA TENSION ENTRE ESTADOS UNIDOS Y CHINA
Hacia 1980 China representaba el 2 % de la economía mundial, al 2016 ya era el 18%. Una de las figuras intelectuales que contribuyó a poner de relieve en el debate público los riesgos del conflicto entre China y Estados Unidos fue Graham Allison[5], profesor del Centro Kennedy de Harvard que, aunque no usó el término GF, lo hizo con una paráfrasis sobre la Historia de las Guerras del Peloponeso de Tucídides, un conflicto del siglo V AC que por décadas desgarró a las ciudades griegas agrupadas en dos bloques, liderados por Esparta y Atenas. La trampa de Tucídides, es una metáfora sobre la constante histórica del conflicto que se precipita cuando una potencia emergente desafía a una potencia establecida y que frecuentemente (pero no necesariamente) termina en una guerra. Cuando Allison escribió su libro, Xi Yinping llevaba solo tres años en el poder (Pdte. desde el 2013) y Donald Trump aún no se convertía en el Pdte. N° 25 de USA. Para 2016, China había acumulado ya más de 20 años a tasas de crecimiento promedio cercanas al 10 % PIB, pero recién con Xi Yinping, comenzaba a exhibir aspiraciones y músculos de potencia global (por ejemplo, a través de proyectos como La Franja y la Ruta (o la nueva Ruta de la Seda).
Como sabemos, en los años de Trump en la Casa Blanca, el conflicto escaló como consecuencia de las medidas de la Casa Blanca para equilibrar el déficit comercial de USA. El conflicto entre ambas superpotencias ha escalado en los últimos años y ha llevado a una redefinición de las prioridades estratégicas de USA que se ha expresado de manera paradigmática en la abrupta salida de EE.UU, de Afganistán y en la creación del llamado “Quad”. Sin embargo, es discutible la aplicación del concepto GF a esta confrontación en curso si se toma como referente las condiciones sistémicas del período de la GF y la propia definición del concepto.
No hay en la actualidad polaridad ideológica (el capitalismo es un sustrato compartido). El sistema no es bipolar sino multipolar; China no se comporta como una potencia revolucionaria (que aspire a transformar radicalmente el sistema a partir de sí misma como fue la URSS), sino por el contrario, China es parte de las instituciones del sistema. La mayor presencia global de China está asociada también a un proyecto “imperial”, pero los chinos lo describen y auto-perciben como asociativo y no confrontacional [6].China finalmente, a pesar del crecimiento de su gasto militar, no está en condiciones de disputar aun en el campo militar la hegemonía norteamericana y para alcanzar esa paridad le faltan aún muchos años[7].
Por otra parte, como examinaremos en este artículo, el sistema puede avanzar hacia cierta bipolaridad en la confluencia de intereses entre Rusia y China (a pesar de sus diferencias de intereses y su “peso” en el sistema) en la confrontación con un enemigo común: USA en particular y Occidente en términos genéricos. En este artículo queremos centrarnos en este último punto.
RUSIA Y EL CONFLICTO DE UCRANIA
En los inicios del conflicto de Ucrania en 2014 algunos vieron un revival de la Guerra Fría y en los eventos recientes de profundización de esa crisis que ha llegado hasta la percepción de una guerra inminente, la confirmación de esa tesis[8]. Como lo planteamos en un artículo anterior y como ha sido señalado en múltiples artículos, en el actual conflicto confluyen varios factores.
Del lado ruso, la recuperación del status imperial perdido con la disolución de la URSS, la recuperación de la influencia en extranjero cercano (el espacio ex soviético) como área de hegemonía; percepciones de amenaza a su seguridad nacional y su identidad (La OTAN y la UE) y el esfuerzo de construir un orden internacional multipolar, culturalmente alternativo a la hegemonía de USA y Occidente.
Del lado Ucraniano, una serie de debilidades de su Estado y su economía, la existencia de minorías pro-rusas en sus fronteras orientales y políticas nacionalistas identitarias, precisamente en esas regiones en vez de esfuerzos serios de integración, pero claramente no es Ucrania la que amenaza a su vecino y tampoco Ucrania ha transgredido principios básicos del Derecho Internacional, como la incorporación de Crimea a Rusia por la vía de un plebiscito.
Como sabemos, la disolución de la URSS dio origen a una docena de países muy heterogéneos entre sí, en donde Rusia, incluso en los críticos años del Gobierno de Boris Yeltzin intentó retener parte de su influencia, esa fue la razón de la creación de la CEI (Comunidad de Estados Independientes) de las cuales solo los Estados Bálticos se autoexcluyeron, precisamente porque entendían cual era su finalidad última, pero la debilidad rusa en esos años convirtió a la CEI en una estructura vacía como instrumento de política exterior.
Esa misma debilidad y la necesidad de obtener apoyo financiero de Occidente para su maltrecha economía, posibilitó que la OTAN y la UE se expandiera sin problemas no solo en su histórica esfera de influencia en Europa del Este (el espacio de seguridad construido por Stalin en 1945), sino que incluso se extendiera hasta los Estados Bálticos, parte del espacio ex soviético. En esta expansión hubo, por cierto, intereses norteamericanos y europeo-occidentales, pero coincidentemente, también intereses en las élites de los países del área. La integración a la OTAN de los países del antiguo Pacto de Varsovia y los Estados Bálticos se produjo entre 1999 y el 2009; en algunos casos por razones históricas de seguridad frente a Rusia (particularmente evidentes en los casos de Polonia y los Estados Bálticos) y en otros casos por intereses fundamentalmente económicos y culturales: las ventajas de ser parte de la Europa de la UE.
Las razones de la actitud de Putin, que cuentan con un alto grado de apoyo en Rusia, hay que entenderlas en un doble nivel asociados a prestigio y seguridad.
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Recuperar parte de la antigua grandeza imperial rusa, asociada al control e influencia en el espacio ex soviético (el extranjero cercano), esto permite entender la constante intervención en contextos de crisis o la presencia de contingentes soviéticos en países como Armenia, Kazajstán o en el Transdniester, o en áreas “separatistas “ (Osetia , Abjasia)
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En el caso particular de Ucrania, el problema es distinto. Para Putin y muchos rusos, Ucrania es el “hermano menor “es decir parte histórica no solo de la URSS sino de Rusia, percepción que tiene una explicación en la tradición imperial rusa[9] , que permite también entender el amplio volumen de población culturalmente rusa en la región del Donbass y el separatismo de las regiones de Lugansk y Donetsk, por cierto, estimulada y militarmente apoyada por el Gobierno Ruso. Dicho de otra manera, lo que Putin niega es el derecho a la autodeterminación de los ucranianos que, fuera de las regiones señaladas, prefieren ser parte de la Europa de la UE y no del Imperio ruso que es el problema que hace eclosión en 2014 con el Euromaidan.
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El argumento ruso relativo a su seguridad, es la expansión de la OTAN y una suerte de traición o incumplimiento de parte de las potencias occidentales relativos a la no expansión de esta alianza en el espacio que los rusos históricamente entendieron como su propia esfera de influencia (Europa del Este). Una de las condiciones de Putin en esta crisis es el retroceso de la OTAN al status de 1991, pero obviamente es una exigencia inaceptable en cualquier circunstancia: la participación en la estructura de la OTAN es un atributo propio de la soberanía de cada país.
Los argumentos de Putin van desde los acuerdos de Helsinsky (1976) hasta un supuesto acuerdo en 1991 que ha sido desmentido hasta por M. Gorbachov[10]. Lo que Putin destaca como amenaza es la extensión de la OTAN a Ucrania, que nunca ha estado en debate, lo que no menciona, es que percibe como amenaza también el tema de la extensión de la UE en “su” extranjero cercano, por cuanto se trata de un proyecto liberal-democrático amenazante para su propio proyecto político interno (de rasgos autocráticos) y para su proyecto de integración regional (La Unión Económica Euroasiática). Para Putin, el rechazo mayoritario de los ucranianos a su proyecto es culpa de Occidente, no del poco atractivo que su “oferta” tiene[11] .
En estos días Putin ha decidido reconocer la independencia de las regiones separatistas de Lugansk y Donestk, lo cual implica un escalamiento de la crisis, pero no una sorpresa. La pregunta es porque no lo hizo antes, considerando que desde 2014 operan allí fuerzas irregulares rusas y desde esa época, el Gobierno ruso ha repartido allí cientos de miles de pasaportes rusos. La respuesta es que percibe la coyuntura como favorable a sus intereses.
Los gobiernos europeos no están disponibles para una guerra en un lugar remoto en donde sus ciudadanos no perciben intereses. Las prioridades de USA están en el Pacífico, frente a China y tampoco está disponible para enviar tropas a ninguna parte. Putin además no solo no tiene opositores internos (los que había están en la cárcel o en el exilio), sabe también que su proyecto imperial cuenta con un alto grado de apoyo entre los rusos. En este juego, tiene las mejores cartas. Las comparaciones históricas son sugerentes, aunque siempre arriesgadas. Putin parece actuar igual que Hitler en la coyuntura previa a la II Guerra Mundial. Al igual que Hitler, Putin es un apostador que apuesta alto sobre las debilidades e indecisiones de sus enemigos.
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