19.11.2020

A mi juicio, una de las principales causas de la crisis antropológica es la crisis de espiritualidad, es decir, la pérdida de trascendencia y de una orientación a una realidad última que dé sentido a lo social y comunitario. Eso repercute en cómo nos tratamos entre nosotros y con la naturaleza. Valga como ejemplo el uso del término “recursos” para hablar de las personas y de los seres vivientes, lenguaje propio del sistema capitalista, desplazándolo por el de hermana y hermano. La Encíclica Fratelli tutti es un aporte de espiritualidad para enfrentar la crisis relacional. Aquí las religiones, las espiritualidades y las cosmovisiones de los pueblos originarios, desde su identidad pueden contribuir en recuperar la dimensión trascental de las personas y cosas. La fraternidad no anula la diferencia sino que reúne lo diverso. En este sentido, el cristianismo tiene una rica tradición con qué aportar a la fraternidad y amistad social. El mismo Evangelio propone valores y principios de fraternidad y sororidad entre las personas y con la creación. Y cómo no mencionar a San Francisco de Asís, el hermano universal: fiel al Evangelio como su norma de vida propone el cuidado de lo creado porque Dios nos lo ha regalado como hermano y hermana. En razón de su mensaje, la política y lo público no debieran marginar las religiones y lo religioso de los debates que atañen al bien común. Además, éstas siempre ofrecerán caminos de paz y eso será su criterio de validación en la polis. Asimismo, la paz destierra la violencia destructora del bien común. Las religiones integran, sanan, reconcilian, ritualizan los encuentros comunes, valoran el medio ambiente, transforman el odio y la violencia que destruyen, discriminan y llevan a la indiferencia y segregación. Para esto la teología y las teologías de las tradiciones religiosas cumplen un rol de crítica de la misma experiencia religiosa y llevarán a diálogos proponedores de humanidad. Y para finalizar, un dato no menos importante en la redacción de esta Encíclica: Fue motivado por el encuentro del Papa Francisco con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, hecho ocurrido en el 2019. Es un signo de cómo el encuentro crea fratenidad y el reconocimniento del otro como un hermano y no como un enemigo.